LA HISTORIA DE UNA AMANTE HARRY
SINOPSIS
PÉRFIL DE HARRY
Año de nacimiento: 182 A.C.
Lugar de Nacimiento: Esparta.
Lema: La paciencia es una virtud... pero también lo es un brazo fuerte que sostenga una espada.
Canción favorita: Love Hurts de Nazareth.
Lugar en el que se encuentra actualmente: Nueva Orleans.
Ocupación: Esclavo Sexual/Oráculo.
Lugar de Nacimiento: Esparta.
Lema: La paciencia es una virtud... pero también lo es un brazo fuerte que sostenga una espada.
Canción favorita: Love Hurts de Nazareth.
Lugar en el que se encuentra actualmente: Nueva Orleans.
Ocupación: Esclavo Sexual/Oráculo.
La extraña
maldición que pesa sobre Harry de Macedonia desde hace 2.000 años le ha
condenado a pasar la eternidad atrapado en un libro hasta que una mujer le
invoque para satisfacer sus deseos. Esclavo sexual, al fin y al
cabo, Harry ha tenido mucho tiempo para perfeccionar sus habilidades y es
capaz de hacer realidad las fantasías más secretas de cualquier mujer para
proporcionarle un placer inimaginable. Pero cuando Harry es convocado para
ser amante de _____ Alexander durante un mes, descubre en ella a la mujer
capaz de hacer realidad un sueño oculto: un amor que llene el vacío de su
corazón y, quizá, sea capaz de poner fin a la maldición.
¿Puede un
esclavo sexual encontrar el amor verdadero?
Prólogo
una antigua leyenda griega
Poseedor de una fuerza suprema y de un valor sin parangón, fue
bendecido por los dioses, amado por los mortales y deseado por todas las
mujeres que posaban los ojos en él. No conocía la ley, y no acataba ninguna.
Su habilidad en la batalla, y su intelecto superior rivalizaban
con los de Aquiles, Ulises y Heracles. De él se escribió que ni siquiera el
poderoso Ares en persona podía derrotarle en la lucha cuerpo a cuerpo.
Y, por si el don del poderoso dios de la guerra no hubiera sido
suficiente, también se decía que la misma diosa Afrodita le besó la mejilla al
nacer, y se aseguró de que su nombre fuese siempre guardado en la memoria de
los hombres.
Bendecido por el divino toque de Afrodita, se convirtió en un
hombre al que ninguna mujer podía negarle el uso de su cuerpo. Porque, llegados
al sublime Arte del Amor… no tenía igual. Su resistencia iba más allá de la de
cualquier mero mortal. Sus ardientes y salvajes deseos no podían ser domados.
Ni negados.
De cabello castaño y piel dorada, y con los ojos de un
guerrero, de él se comentaba que su sola presencia era suficiente para
satisfacer a las mujeres, y que con un solo roce de su mano les proporcionaba
un indecible placer.
Nadie podía resistirse a su encanto.
Y proclive como era a provocar celos de otros, consiguió que le
maldijeran. Una maldición que jamás podría romperse.
Como la del pobre Tántalo, su condena fue eterna: nunca
encontraría la satisfacción por más que la buscase; anhelaría las caricias de
aquélla que le invocara, pero tendría que proporcionarle un placer exquisito y
supremo.
De luna a luna, yacería junto a una mujer y le haría el amor,
hasta que fuese obligado a abandonar el mundo.
Pero se ha de ser precavida, porque una vez se conocen sus
caricias, quedan impresas en la memoria. Ningún otro hombre será capaz de dejar
a esa mujer plenamente satisfecha. Porque ningún varón mortal puede ser
comparado a un hombre de tal apostura. De tal pasión. De una sensualidad tan
atrevida.
Guárdate del Maldito.
Harry de Macedonia.
Sostenlo sobre el pecho y pronuncia su nombre tres veces a
medianoche, bajo la luz de la luna llena. Él vendrá a ti y hasta la siguiente
luna, su cuerpo estará a tu disposición.
Su único objetivo será complacerte, servirte.
Saborearte.
Entre sus brazos aprenderás el significado de la palabra
«paraíso».
Capítulo 1
— Cielo, necesitas que te echen un buen polvo.
______ Alexander se estremeció al escuchar el grito
de Alison en mitad del pequeño Café de Nueva Orleáns, donde se encontraban
apurando los restos del almuerzo, consistente en judías rojas con arroz.
Desafortunadamente para ella, la voz de su amiga poseía un encantador timbre
agudo
Que podía hacerse oír incluso en mitad de un huracán.
Y que en esta ocasión, fue seguido de un repentino silencio en
el atestado local.
Al echar un vistazo a las mesas cercana ______percibió que los
hombres dejaban de hablar, y se giraban para observarlas con mucho más interés
del que a ella le gustaría.
¡Jesús! ¿Aprenderá alguna vez Alison a hablar en voz baja? O
peor aún, ¿qué será lo próximo que haga, quitarse la ropa y bailar desnuda
sobre las mesas?
Otra vez.
Por enésima vez desde que se conocieron, ______deseaba
que Alison pudiese sentirse avergonzada. Pero su vistosa, y a menudo
extravagante, amiga no conocía el significado de dicha palabra.
Se tapó la cara con las manos e hizo lo que pudo por ignorar a
los curiosos mirones. Un deseo irrefrenable de deslizarse bajo la mesa,
acompañado de una urgencia aún mayor de darle una buena patada a Alison, la
consumían.
— ¿Por qué no hablas un poquito más alto, Al? —murmuró—. Supongo
que los hombres de Canadá no habrán podido escucharte.
— Oh, no lo sé —dijo el guapísimo camarero moreno al detenerse
junto a su mesa—. Seguramente se dirigen hacia aquí mientras hablamos.
Un calor abrasador tomó por asalto las mejillas
de ______ante la diabólica sonrisa que le dedicó el camarero, obviamente
en edad de acudir a la universidad.
— ¿Puedo ofrecerles algo más, señoras? —preguntó, y después miró
directamente a ____— O para ser más exactos, ¿hay algo que pueda hacer por
usted, señora?
¿Qué tal una bolsa con la que taparme la cabeza y un garrote
para golpear a Al?
— Creo que ya hemos acabado —contestó ______con las
mejillas ardiendo. Definitivamente, mataría a Alison por esto— Sólo
necesitamos la cuenta.
— Muy bien, entonces —dijo sacando la nota, y escribiendo algo
en la parte superior del papel. La colocó justo delante de ____—Puede hacerme
una llamadita si necesita cualquier cosa.
Una vez el camarero se marchó, ______se dio cuenta de que
había anotado su nombre y su teléfono en la parte superior del papel.
Alison le echó un vistazo y soltó una carcajada.
— Espera y verás —le dijo ______, reprimiendo una sonrisa
mientras calculaba el importe de la mitad de la cuenta con su Palm Pilot—. Me
las pagarás.
Alison ignoró la amenaza y se dedicó a buscar el dinero en
su bolso adornado con cuentas.
— Sí, sí. Eso lo dices ahora. Si yo estuviese en tu lugar,
marcaría ese número. Es monísimo el chico.
— Jovencísimo —corrigió ______—. Y creo que voy a pasar. Lo
último que necesito es que me encierren por corrupción de menores.
Alison paseó la mirada por el preciso lugar donde el
camarero esperaba, con una cadera apoyada en la barra.
— Sí, pero don Soy Igualito a Brad Pitt, que está ahí enfrente,
bien lo merece. Me pregunto si tendrá algún hermano mayor…
— Y yo me pregunto cuánto estaría dispuesto a pagar Liam
por saber que su mujer se ha pasado todo el almuerzo comiéndose con los ojos a
un chaval.
Alison resopló mientras dejaba el dinero sobre la mesa.
— No me lo estoy comiendo. Lo estoy evaluando para ti. Después
de todo, era de tu vida sexual de lo que hablábamos.
— Bueno, mi vida sexual es sensacional y no le interesa a la
gente que nos rodea —Y tras soltar el dinero en la mesa, cogió el último trozo
de queso y se encaminó hacia la puerta.
— No te enfades —le dijo Alison mientras salía tras ella a
la calle, atestada de turistas y de los clientes habituales de los
establecimientos de Jackson Square.
Las notas de jazz de un solitario saxofón se escuchaban por
encima de la cacofonía de voces, caballos y motores de automóviles; una oleada
de calor típico de Louisiana las recibió al salir a la calle.
Intentado no hacer caso del aire, tan espeso que dificultaba la
respiración, ______se abrió camino entre la multitud y los tenderetes
ambulantes, dispuestos a lo largo de la valla de hierro que rodeaba Jackson
Square.
— Sabes que es cierto —le dijo Alison una vez la alcanzó—.
Quiero decir, ¡Dios mío, ______!, ¿cuánto hace? ¿Dos años?
— Cuatro —contestó ella con aire ausente—. ¿Pero a quién le
interesa llevar la cuenta?
— ¿Cuatro años sin tener relaciones sexuales?
—repitió Alison incrédula.
Varios mirones se detuvieron, curiosos, para observar
alternativamente a Alison y a _____.
Ajena —como era habitual en ella— a la atención que
despertaban, Alison continuó sin detenerse.
— No me digas que tú has olvidado que estamos en plena Era de la
Electrónica. O sea, vamos a ver, ¿alguno de tus pacientes sabe que llevas tanto
tiempo sin ****?
______acabó de tragarse el trozo de queso y le dedicó a su amiga
una desagradable y furiosa mirada. ¿Es que la intención de Alison era la
de gritar a todo pulmón, en plena Vieux Carre, sus asuntos personales a todo
humano y caballo que pasara por la zona?
—Baja la voz —le dijo, y añadió con sequedad—, no creo que sea
de la incumbencia de mis pacientes si soy o no la reencarnación de la Virgen. Y
con respecto a la Era de la Electrónica, no quiero tener una relación con algo
que viene acompañado de una etiqueta con advertencias y unas pilas.
Alison soltó un bufido.
— Sí, vale, oyéndote hablar se diría que la mayoría de los
hombres deberían venir acompañados de una etiqueta con esta advertencia: —alzó
las manos para enmarcar la siguiente afirmación— Atención, por favor, Alerta
Psíquica. Yo, macho-man, soy propenso a sufrir horribles cambios de humor, y a
poner caras largas, y poseo la habilidad de decir la verdad a una mujer sobre
su peso, sin previo aviso.
Continuacion...
________ soltó una carcajada. Había soltado de carretilla,
en innumerables ocasiones, ese discursito sobre las etiquetas que deberían
llevar los hombres.
— Ah, ya lo entiendo, Doctora Amor —dijo Alison imitando la
voz de la doctora Ruth —. Usted se limita a sentarse y escuchar cómo sus
pacientes le largan todos los detalles íntimos de sus encuentros sexuales, mientras
usted vive como un miembro vitalicio del “Club de las Bragas de Teflón”.
—Bajando la voz, Alison añadió— No puedo creer que después de todo lo que
has escuchado en tus sesiones, nada haya conseguido revolucionar tus hormonas.
________ le lanzó una mirada divertida.
— Bueno, a ver, soy una sexóloga. No me beneficiaría mucho que
mis pacientes se dedicaran a hacerme experimentar la petit mort mientras echan
fuera todos sus problemas. En serio, Alison, perdería el título.
— Pues no entiendo cómo puedes aconsejarles, cuando ni siquiera
te acercas a un hombre.
Haciendo una mueca, ________ comenzó a caminar hacia el
lado opuesto de la plaza, justo frente a la Oficina de Información Turística,
donde Alison había instalado su puestecillo para echar las cartas y leer las líneas de las
manos.
Cuando llegó al tenderete —una mesa cubierta con una faldilla de
color morado intenso—, suspiró.
— Sabes
que no me importaría quedar con un hombre que se mereciera que me depilara las
piernas. Pero la mayoría resulta ser una pérdida de tiempo tan evidente que
prefiero sentarme en el sofá y ver las reposiciones de Hee Haw .
Alison le dedicó una expresión irritada.
— ¿Qué tenía de malo Niall?
— Mal
aliento.
— ¿y Louis?
— Le encantaba hurgarse en la nariz. Especialmente durante la
cena.
— ¿Zayn?
________ miró a Alison y ésta alzó las manos.
— Vale, quizás tuviera un pequeño problema con lo de las
apuestas. Pero es que todos necesitamos distraernos con algo.
________ la miró furiosa.
— Eh, Madam Alison, ¿ya has regresado de almorzar? —le preguntó
Zoraida desde el puestecillo situado justo al lado del suyo, en el que vendía
objetos de loza y dibujos, hechos por ella.
Unos años más joven que ellas, Zoraida tenía una larga melena
negra y siempre llevaba ropas que a ________ le hacían pensar que estaba
delante de un hada. Su vestimenta de hoy consistía en una liviana falda blanca,
que hubiese resultado obscena de no ser por los leotardos rosados que llevaba
debajo, y una preciosa camisa de estilo medieval.
— Sí, ya he vuelto —le contestó Alison mientras se
arrodillaba para abrir la tapa del carrito de la compra que todas las mañanas
aseguraba a la verja de hierro con una de esas cadenas que se usan para las
bicicletas—. ¿Algo interesante durante mi ausencia?
— Un par de chicos cogieron una de tus tarjetas, y dijeron que
regresarían después de comer.
—
Gracias —dijo Alison guardando el monedero en el carro, sacó la caja de
puros azul donde guardaba el dinero y las cartas de tarot —siempre envueltas en
un pañuelo de seda negra—, y un delgado, pero gigantesco, libro con tapas de
cuero marrón que ________ no había visto nunca.
Alison se colocó su enorme pamela de paja, se dio la vuelta
y se puso en pie.
— ¿Tus artículos tienen los precios marcados? —preguntó a
Zoraida.
— Sí —le contestó ésta
mientras cogía su monedero—. Sigo diciendo que trae mala suerte; pero al menos,
si alguien quiere saber lo que valen cuando no estoy, puede averiguarlo.
Una motocicleta de aspecto desastroso frenó a cierta distancia.
— ¡Eh, Zori! —gritó el conductor—. Mueve el trasero. Tengo
hambre.
La chica le saludó sin hacer caso a la orden.
— No me agobies o comerás tú sólo —le contestó mientras caminaba
sin prisas hacia él, y se subía a la parte trasera de la moto.
________ movió la cabeza mientras les observaba. Zoraida
necesitaba que alguien le aconsejara sobre sus citas, mucho más que ella. Les
siguió con la mirada mientras pasaban delante del Café du Monde.
— ¡Oh! Un beignet sería un estupendo postre.
— La comida no puede sustituir al sexo —le dijo Alison mientras
colocaba las cartas y el libro sobre la mesa—. ¿No es eso lo que siempre
dices…?
— De acuerdo, el punto es tuyo. Pero,
Alison, en serio, ¿a qué viene este repentino interés en mi vida sexual? Mejor
dicho, en mi falta de ella.
Alison cogió el libro.
— A que tengo una idea.
El escalofrío que sintió ante las palabras de Alison le
llegó hasta los huesos, y eso que el calor era agobiante. Y ella no se asustaba
fácilmente. Bueno, a no ser que su amiga estuviera involucrada con una de sus
ideas típicas de “mamá gallina”.
— ¿No será otra sesión de espiritismo?
— No, esto es mejor.
En su interior, ________ se encogió y comenzó a preguntarse
qué sería de su vida en esos momentos si hubiese tenido una compañera de
habitación normal el primer año en Tulane , en lugar de Alison Quiero Ser
Una Gitana Traviesa. De algo estaba segura: no estaría discutiendo de su vida
sexual en medio de una calle llena de gente.
En ese momento, se fijó en lo diferentes que eran. Ella
soportaba el húmedo calor con un ligero vestido sin mangas de seda color crema,
de Ralph Lauren, y llevaba el pelo oscuro recogido en un sofisticado moño. En
contraste, Alison llevaba una larga y vaporosa falda negra con un ceñido
top de tirantes morado que apenas le cubría sus generosos senos. El pelo castaño
y rizado, que le llegaba a los hombros, estaba recogido con un pañuelo de seda
negra, con motas semejantes a las de un leopardo. El atuendo se completaba con
unos enormes pendientes de plata, en forma de luna llena, que colgaban
prácticamente hasta los hombros. Sin mencionar el yacimiento de plata que se
había colocado en ambas muñecas, en forma de ciento cincuenta pulseras.
Pulseras que tintineaban cada vez que se movía.
La gente siempre había reparado en sus diferencias físicas, pero
ella sabía que Alison escondía una mente astuta y una gran inseguridad
bajo su «exótico» atuendo. Por dentro, se parecían mucho más de lo que
cualquiera podía imaginar.
Excepto
en la extraña creencia que Alison había desarrollado por el ocultismo.
Y en su insaciable apetito sexual.
Acercándose a ella, Alison dejó el libro en las manos —poco
dispuestas a cogerlo— de ________ y comenzó a pasar hojas. Se las arregló
para no dejarlo caer.
Y para no poner los ojos
en blanco por la exasperación que la invadía.
— Encontré esto el otro día, en esa vieja librería que hay junto
al Museo de Cera. Estaba cubierto por una montaña de polvo; intentaba encontrar
un libro sobre psicometría cuando de repente vi éste, ¡Voilà! —dijo señalando
triunfalmente a la página
Continuacion...
________ miró el dibujo y se quedó con la boca abierta.
Jamás había visto algo parecido.
El hombre del dibujo era fascinante, y la pintura estaba
realizada con asombroso detalle. Si no fuese por las marcas dejadas en la
página al haber sido impresa, se diría que se trataba de una fotografía actual
de alguna antigua estatua griega.
No, se corrigió a si misma: de un dios griego. Estaba claro que
ningún mortal podía jamás tener esa pinta tan fantástica.
Gloriosamente desnudo, el tipo exudaba poder, autoridad y una
aplastante y salvaje sexualidad. Aunque su pose pareciera ser casual, daba la
sensación de estar contemplando un depredador listo para ponerse en acción en
cualquier momento.
Las venas se le marcaban en aquel cuerpo perfecto que prometía
poseer una fuerza inigualable, diseñada específicamente para proporcionar
placer a una mujer.
Con la boca seca, ________ observó los músculos, que tenían
las proporciones adecuadas para su altura y su peso. Contempló la profunda
hendedura que separaba los duros pectorales y bajó hasta el estómago —esculpido
con forma de tableta de chocolate—, que suplicaba ser acariciado por una mano
femenina.
Y entonces llegó al ombligo.
Y después a…
Bueno, no se les había ocurrido tapar aquello con una hoja de
parra. ¿Y por qué deberían haberlo hecho? ¿Quién, en su sano juicio, iba a
querer ocultar unos atributos masculinos tan estupendos? Y siguiendo con
aquella línea de pensamiento, ¿quién necesitaría un artilugio con pilas
teniendo aquello en su casa?
Se humedeció los labios y volvió a la cara.
Mientras contemplaba los afilados y apuestos contornos del
rostro, y los labios —con una diabólica sonrisa apenas esbozada—, le asaltó la
imagen de una ligera brisa agitando esos mechones castaños , que se
ensortijaban alrededor del cuello, especialmente diseñado para cubrirlo de
húmedos besos. Y de aquellos penetrantes ojos de color verde, mientras
alzaba una lanza sobre la cabeza, y gritaba.
El sofocante aire que le rodeaba se estremeció ligeramente de
forma repentina, y le acarició las partes de su cuerpo expuestas a la brisa.
Casi podía escuchar el profundo timbre de la voz del tipo, y
sentir cómo aquellos musculosos brazos la envolvían y la atraían hacia un pecho
duro como una roca, mientras su cálido aliento le rozaba la oreja.
Percibía unas manos fuertes y expertas que vagaban por su
cuerpo, y le proporcionaban un deleite exquisito, mientras buscaban sus más
recónditos lugares.
Un escalofrío le recorrió la espalda y el cuerpo comenzó a
palpitarle en zonas donde nunca había pensado que aquello pudiese ocurrir.
Sentía un dolor fiero y exigente que jamás había experimentado.
Parpadeó y volvió a mirar a Alison, para ver si también ella se
había visto afectada del mismo modo. Pero si así era, no daba señales de ello.
Debía estar alucinando. ¡Exacto! Las especias de las judías le
habían llegado al cerebro y lo habían convertido en papilla.
— ¿Qué opinas de él? —le preguntó Alison, mirándola por fin a
los ojos.
________ se encogió de hombros, en un esfuerzo por olvidar
la hoguera que abrasaba su cuerpo. Pero sus ojos volvieron a demorarse en las
perfectas formas del hombre.
— Se parece a un paciente que tuvo cita ayer.
Bueno, no era exactamente cierto… el chico que había estado en
su consulta era medianamente atractivo, pero nada que ver con el hombre del
dibujo.
¡Jamás había visto algo así en toda su vida!
— ¿De verdad? —los ojos de Alison adquirieron un matiz
oscuro que pronosticaba el comienzo de su sermón sobre las oportunidades de
conseguir una cita y la intervención del destino.
— Sí —dijo cortando a Alison antes de que pudiese comenzar
a hablar—. Me dijo que era una lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre.
Alison abrió la boca, muda de asombro. Cogió el libro,
quitándoselo a ________ de las manos, y lo cerró con fuerza mientras la
miraba furiosa.
— Siempre conoces a las personas más extrañas.
________ alzó una ceja.
— Ni se te ocurra decirlo —dijo Alison mientras ocupaba su
sitio habitual tras la mesa. Colocó el libro a su lado—. Te lo advierto; esto
—dijo, dando dos golpecitos al libro— es lo que estás buscando.
________ miró fijamente a su amiga mientras pensaba en lo
absolutamente convincente que parecía Madam Alison —autoproclamada Señora
de la Luna—, sentada tras sus cartas de tarot, con aquella mesa morada, y el
misterioso libro bajo las manos. En ese momento, casi podía creer
que Alison era en realidad una esotérica gitana.
Si creyera en esas cosas.
— Vale —dijo ________ dándose por vencida—. Deja de hablar
con rodeos y dime qué tienen que ver ese libro y ese dibujo con mi vida sexual.
El rostro de Alison adoptó una expresión bastante seria.
— El tipo que te he enseñado… Harry… es un esclavo sexual griego
que está obligado a cumplir los deseos de aquélla que le invoque, y a adorarla.
________ se rió con ganas. Sabía que estaba siendo muy
maleducada, pero no pudo evitarlo. ¿Cómo demonios iba creer Alison, una
licenciada en historia antigua y en física, premiada con la beca Rhodes , y con
un doctorado en filosofía, en algo tan ridículo, aun con todas sus
excentricidades?
— No te rías. Lo digo en serio.
— Ya lo sé, eso es lo que me hace gracia —se aclaró la garganta
y se serenó—. Vale, ¿qué tengo que hacer?, ¿quitarme la ropa y bailar desnuda
en Pontchartrain a medianoche? —un leve intento de sonrisa curvó sus labios,
sin importarle que los ojos de Alison se oscurecieran a modo de aviso—.
Tienes razón, me encargaré de conseguir una buena sesión de sexo, pero no creo
que sea con un espléndido esclavo sexual griego.
El libro se cayó de la mesa.
Alison dio un grito, se levantó de un salto y tiró la
silla.
________ jadeó.
— Lo empujaste con el codo, ¿verdad?
Alison negó con la cabeza muy despacio; tenía los ojos
abiertos como platos.
— Confiésalo, Alison.
— No fui yo —dijo con una expresión mortalmente seria—. Creo que
lo ofendiste.
Moviendo la cabeza ante aquella necedad, ________ sacó del
bolso las gafas de sol y las llaves. Bien, estupendo, esto se parecía a la
época de la facultad, cuando Alison le habló de usar una Ouija, y lo amañó
todo para que le dijese que se iba a casar con un dios griego cuando cumpliera
los treinta años, y que iba a tener seis hijos con él.
Hasta el día de hoy, Alison se negaba a admitir que había
sido ella la que dirigiera el puntero.
Continuacion...
Y, en este preciso momento, hacía demasiado calor bajo el
implacable sol de agosto como para discutir.
— Mira, necesito regresar al despacho. Tengo una cita a las dos
en punto y no quiero coger un atasco —le dijo mientras se ponía las Ray-Ban—.
¿Vendrás entonces esta noche?
— No me lo perdería por nada del mundo. Llevaré el vino.
— Bien, te veo a las ocho. —E hizo una larga pausa para añadir—
Dile a Liam que hola y que gracias por dejarte visitarme por mi
cumpleaños.
Alison la observó alejarse y sonrió.
— Espera a ver tu regalo —susurró, y recogió el libro del suelo.
Pasó la mano por la suave tapa de cuero repujado, y quitó unas motas de polvo.
Volvió a abrirlo y observó de nuevo el maravilloso dibujo;
aquellos ojos habían sido dibujados con tinta negra, y aun así, daban la
impresión de ser de un profundo azul cobalto.
Por una sola vez su hechizo iba a funcionar. Estaba segura.
— Te gustará_____, Harry —murmuró dirigiéndose al hombre
mientras recorría con los dedos su cuerpo perfecto—. Pero debo advertirte algo:
acabaría con la paciencia de un santo. Y traspasar sus defensas va a resultar
más duro que abrir una brecha en la muralla de Troya. No obstante, si alguien
puede ayudarla, ése eres tú.
Sintió que el libro desprendía una súbita oleada de calor bajo
su mano, y supo instintivamente que era la forma que Harry elegía para
darle la razón.
_____ pensaba que estaba loca a causa de sus creencias,
pero siendo la séptima hija de una séptima hija, y con la sangre gitana que
corría por sus venas, ____ sabía que había ciertas cosas en la vida que
desafiaban cualquier explicación. Ciertas corrientes de energía misteriosa que
pasaban desapercibidas, esperando que alguien las canalizara.
Y esa noche habría luna llena.
Devolvió el libro a la seguridad del carrito de la compra y lo
cerró con llave. Estaba segura que había sido cosa del destino que el libro
llegara hasta ella. Había sentido su llamada tan pronto como se acercó a la
estantería donde yacía.
Puesto que llevaba dos años felizmente casada, supo que no
estaba destinado a ella. La usaba para llegar donde lo necesitaban.
Hasta _____.
Su sonrisa se ensanchó. Cómo sería tener a este increíblemente
apuesto esclavo sexual griego a tu disposición y disponer de él durante todo un
mes…
Sí. Éste era, definitivamente, un regalo de cumpleaños
que _____ recordaría durante el resto de su vida.
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